Todos pensaron que iba a ser lo más lindo del mundo, la experiencia más hermosa y cálida que tendrían en su vida entera. Pero no fue así.
En el momento en que las alas comenzaron a brotarle no sólo pensaron que podía ser un ángel, sino que también era uno que había venido a salvarlos de las penumbras y del oscuro destino que el pueblo y su gente tenía; de sus malos hábitos, de sus turbios vicios y de sus viles asesinatos y crímenes que cometían cada noche cada tarde y cada mañana sólo con el fin de evitar pagar algunas cuentas y mirar algunos rostros.
El ángel que no era tan ángel ascendió a los cielos miró algunos rostros y no regresó en mucho tiempo. Cuando por fin pudieron ver su silueta en el aire, los vecinos ya estaban demasiado aburridos de haberlo esperado y acordaron encontrarlo en la plaza con armas y fuego, para quemarle las alas y luego lanzarlo al río golpeándolo, asegurándose de que no quedara vivo para contarle a nadie.
Todos llegaron listos y dispuestos a deshacerse de él en la plaza, pero el ángel no se apareció en toda la tarde. Los vecinos indignados se preguntaban y maldecían entre ellos, que cómo era posible, que si todos lo vimos, que si era un ángel y venía a buscarnos. Pero no los escuchó nadie aparte de ellos mismos.
Un año después los vecinos volvieron al punto de encuentro con la esperanza de que se repetiría el suceso y volverían a encontrarlo sobrevolando el centro del pueblo y dirigiendose al lugar donde sería asesinado. Pero nuevamente no apareció.
Así un día cualquiera cuando todos bajaron al río lo encontraron, muerto y con las alas bien puestas y sólo en ese momento se dieron cuenta que no era un ángel, y que tampoco había venido a buscarlos; sólo era un pájaro, uno bien grande, uno de otro planeta casi, que estaba buscando la salida a sus propios problemas.