de tu cielo sin aire a mi ánimo de nada
anoche mientras dormía sentí tu suspiro lejano, sublime y perverso como me llamaba lentamente y me invitaba a sumergirme en el deseo. Lo oí y también lo vi, tan distante como solía ser en un principio, perteneciente sólo a la agonía oculta tras tus sábanas verdes. Ese verde cristalino que solía tornarse en azul turquesa, en gris oscuro y muchas verdes en el negro más aterrador existente en el universo. La melancolía melodiosa te está arrancando el corazón, y lo hace de tal forma que la inmensidad del océano de tus caricias y de tus pensamientos inocuos se transforman en la agresividad que se oculta y reaparece tras tu mirada y tus pupilas incendiadas por la ira.
Una ira mal dirigida, por cierto. Una ira que busca estremecerme hasta el último nervio, hasta el último rincón de mi cuerpo inhóstil y defensivo. Sin más apoteósis que el de la verdad que descubres esta noche, mariposas de libertad y de arrepentimiento surgen de entre tus sentidos más recónditos y se instalan en la penumbra de los sueños que has decidido olvidar. ¡Ultimamente quieres olvidarlo todo! Desconoces a tal punto todos tus sentidos y tu manera de actuar que prefieres olvidar y desecharlo todo.
Olvidalo todo esta noche, pero procura olvidarlo todas las noches también.
Porque cuando yo duermo sueño con alegrías olvidadas, con amores olvidados, con ilusiones olvidadas, con ideales olvidados; pero nunca he soñado con el olvido mismo, ese olvido que intentas insertar en mi pequeño mundo onírico y reflexivo cuya intención no es más que la de robarme el sentido y plasmarlo en un cuadro inerte y eterno.
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