lunes, 4 de agosto de 2008

Hola! y jódanse . Chao! y muéranse.

-No nos van a llevar.
Ese fue el último comentario que con un gran esfuerzo pudo hacerle creer a su hijo que con toda la seguridad del mundo, iba a llegar.
Encerrados en lo más hondo de la sucia población, dejaron de cantar canciones y guardaron silencio, para intentar sumirse en lo más profundo de su mente, la que se veía en esos momentos muy aproblemada y al borde de perderse entre los hombres que esperaban afuera, metían ruidos y derramaban sangre.
Miró al piso con lágrimas en los ojos, los llantos a los lejos de su perro silenciaban los suspiros que desesperados arrojaban al vacío sus tíos y hermanos, con los que habían convivido todos esos largos años al margen de las arrogancias del gobierno y de las peleas familiares.
El sonido de una última brisa volando una hoja al unísono de un fusil destrozando su hogar hizo que el pequeño cerrara los ojos, se tapara los oídos y agachara la cabeza. Las instrucciones de sus padres, aquéllas que le dieron ése día que toda la población salió a las calles, que todas las casas quedaron vacías, y que sus vecinos empezaron a desaparecer.
Cuando se atrevió a levantar la cabeza, notó que su madre ya no estaba a su lado. No tuvo valor suficiente para llamarla en voz alta o para pararse y buscarla, ya que todavía estaba gente al otro lado del improvisado fuerte construido de esperanzas y cartones. Guardó silencio y esperó horas y horas, hasta que se hizo de noche y el frío comenzaba a penetrar su jóven y delicada piel. Los ruidos cesaron de una vez y se levantó repitiendo para sí "no nos van a llevar, mamá.."
Buscó entre charcos de sangre, buscó entre balas, angustias, desiluciones, desconfianzas, y entre una pequeña esperanza que conservaba desde el primer día, cuando su padre mirándolo a los ojos y secándole las lágrimas le dijo con una voz cálida y estremecedora que nunca nadie había oído en su casa "esta vez ganaremos, hijo, ésta vez serán ellos los que saldrán y nosotros quedaremos dentro."
Pensando todas estas cosas y aferrándose al prendedor amarillo que le regaló su padre el último día antes de no verlo regresar, gritó el nombre de su madre tres veces. Sólo tres veces y como tenían acordado entre ellos, se escondió y esperó largo rato. Luego de una hora sintiendo el gran frío (del cual la mayor parte provenía de sus presentimientos), sintío como la mano de su madre rozaba su hombro y lo abrazaba con pocas fuerzas. Estuvieron mucho o poco rato ahí los dos solos sólo abrazándose y dándose ese calor único que sólo una ilusión podría darles, y luego de acabado el momento de tensión y comenzado un nuevo día, la joven madre suspiró y susurró a su oído "no nos llevarán."
De ahí en adelante que sea el odio el que los hiciera seguir existiendo, y el amor el que los hiciera seguir viviendo.

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