martes, 27 de mayo de 2008

aei.. ou

-Ve y recoge las semillas. Ya no sirven.
¿Y por qué no servirían si aún ni siquiera las planto? No le haré caso, me aburrí de hacerle caso a alguien que no sabe lo que hago ni por qué lo hago.
Esa misma tarde regresé a la casa bastante enojada, tomé un par de cosas y decidida a marcharme dejé una nota sobre la mesa. Una de esas notas que suele dejar la gente cuando se va para hacer sentir mal a sus padres o tíos, abuelos o hermanos. La dejé y volví a tomar mis cosas. El camino era muy largo y oscuro, y como era campo habían hartos árboles y de esas plantas que pinchan. Me costó bastante atravesar sólo un poco del espacio, nunca había viajado sola, pero aún así no me dieron ganas de volver, sólo sentí deseos de llorar y de arrepentirme pero mi orgullo era más fuerte.
En el camino me encontré con pedazos de papel roto, como si alguien hubiese ido rompiendo una carta o algo así. Mi aburrimiento (y por qué no, curiosidad) me hicieron tomar los pequeños trozos y a medida que iba avanzando, descifraba el mensaje. La coincidencia más grande del mundo: era una letra parecida a la mía, escrita con la misma agresividad que la mía, y con un mensaje igual de hiriente y estúpido que el mío. No sé qué fue exactamente lo que pensé en ese momento pero lo boté al piso y seguí caminando, por otro lado.
¡Qué cansador es un viaje sola hacia lo desconocido! Estaba tan agotada que sin pensar en nada me tiré sobre hojas secas y me eché una siesta, como las que tomaba todas las tardes junto a mi hermano y mi vecino, después de alimentar las cabras. Me despertó el silencio, el silencio que hacía un niño llorando a lo lejos.
Me acerqué a él, conversamos, tomamos pastillas que por suerte él traía y en el momento en que vi como iba dejando un rastro le dije: "recoge las semillas, ya no sirven". Y regresamos juntos a casa, a nuestro hogar.

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